viernes, 28 de septiembre de 2012

Comentarios de cine: Take Shelter de Jeff Nichols


El Séptimo Arte es uno de los grandes mitos realizados por el hombre del siglo XX, y es ahora, en los albores del XXI, cuando la epopeya cinematográfica sigue creciendo y haciendo historia. Según leemos en las crónicas especializadas, la edad dorada del cine es agua pasada; y quizá así sea, pero por muy sórdida que sea una época determinada siempre acaban brotando frutos llamados a perdurar en el tiempo. Hoy el altavoz mediático permite una mayor difusión de cine en todo el mundo, pues su alcance geográfico es casi planetario y es acogido por cualquier clase de personas, sin discriminación de tipo económico o cultural. No obstante, al igual que supone una oportunidad para dar a conocer gran cantidad de obras, también supone que la mayoría de éstas sepulten, bajo el peso de su mediocridad, las joyas que nos tienen reservados estos días.

Y en estos días hallamos, arrinconadas por el ruido mediático, obras maestras que continúan forjando el mito del cine (historias ficticias que condensan de modo admirable alguna realidad humana de significación universal). Por eso, con la idea de elaborar un futuro libro sobre grandes y olvidadas películas, abro una nueva carpeta de cine en La Cueva con una obra maestra contemporánea que me dejó absolutamente fascinado: Take Shelter (Jeff Nichols, 2011).

Antes he de decir que yo creo en la magia del cine. Pero para que su hechizo pueda hacer efecto, primero hay que ver las películas, y después, si finalmente hemos sido encantados, leer algo sobre éstas que enriquezca de alguna manera esa formidable experiencia. Por eso, esta columna es una invitación a ver cine, y después a leer estos modestos panegíricos; siempre en ese orden. Porque lo que viene a continuación no sustituye en ningún caso el placer de ver buen cine. Así pues, luces, cámaras, ¡acción!

En un pueblecito de Ohio vive Curtis LaForche (Michael Shannon), junto a su esposa Samantha (Jessica Chastain) y una hija sordomuda de seis años llamada Hanna. Pertenecen a una comunidad rural, de valores tradicionales y predominio de la raza blanca. Los tres forman una familia humilde económicamente que tiene que sostener por otro lado la difícil circunstancia de la incomunicación con su hija. Pero el drama familiar que palpita en esta historia se anuncia ya en la primera imagen que nos muestra la cámara: una tormenta se insinúa en el horizonte, y es la propia naturaleza —acompañada por una inquietante y sobresaliente música— la que nos transmite la sensación de inminente amenaza. Al poco Curtis empieza a tener extraños sueños (la primera escena ya lo era), los cuales llegan a trastornarlo y volverlo desconfiado y supersticioso. Empieza a convencerse de que algo maligno ha de venir, y es a partir de entonces cuando se dedica vehementemente a intentar proteger a su familia (decide reformar un viejo refugio subterráneo para tornados), aunque sea a costa de los ahorros con los que podrían pagar una próxima operación de la niña.

La institución familiar se tambalea a partir del cambio de carácter del padre, y es esta tensión por resolver si lo que sufre Curtis son simples pesadillas o algo más  (premoniciones), lo que nutre la cinta de un suspense delicioso y a la vez terrorífico. Pero además esta ambigüedad se intensifica cuando sabemos que la madre de Curtis padece esquizofrenia paranoide. Un pasado que el hijo no puede borrar porque sabe que quizá genéticamente esté abocado a desarrollar el mismo trastorno que su progenitora; avivado incluso por las presiones de un mundo hostil. La angustia por tanto se manifiesta sin alternativa, encerrando al padre entre la inquietud por el pasado y la ansiedad por un futuro del que no se espera nada bueno.

En este sentido, Curtis siente la necesidad de proteger a su familia de sí mismo, por un lado, y de la amenaza exterior de la que está convencido que se cumplirá, por otro. Así, la tormenta es la metáfora de la aparente enfermedad de Curtis, y a la vez el signo de que algo oscuro ha ensombrecido la tranquilidad familiar, que no es tal, pues se trata de una familia humilde con carencias y sometida a diferentes presiones; señaladas constantemente por el director, reflejando con los planos realidades como la comida, el contador de un surtidor de gasolina, el sobre donde guardan los ahorros para la playa, entre otros muchos planos más, tanto explícitos como implícitos.

En relación con esto, lo que refleja tremendamente bien Take Shelter es el carácter destructivo e imprevisible de una amenaza exterior —en este caso doble: sobrenatural y en forma de enfermedad—, y la angustia que ejerce sobre las personas, impotentes ante lo desconocido, desconcertadas ante lo que escapa a su control, aquello que está muy por encima de ellas.

Pero al terror que el hombre ha sentido desde antiguo ante los caprichos del entorno, de la naturaleza, o de una enfermedad puntual, se suman los peligros de cada época. Y es que no se puede olvidar que el 11 de Septiembre es un acontecimiento que cierra una era y abre otra. La mentalidad occidental, y sobre todo la estadounidense, sufre un profundo vértigo tras esa fecha maldita. La desconfianza se extiende, y la identidad nacional, antaño confiada, se vuelve insegura y se resquebraja. A partir de entonces ya no hay una seguridad ciega en el futuro, sino miedo a las desgracias que pueden acompañar a éste. Y la preocupación como es natural se acentúa en familias con pocos recursos. Los medios de comunicación son al mismo tiempo vehículos de ese miedo, que, además de aterir a la ciudadanía —y propiciar cada vez más trastornos mentales con su clima apocalíptico—, supone la confirmación del fin del sueño americano. Una realidad que ya ha sido recogida por cineastas como Clint Eastwood (Gran Torino) o David Fincher (Seven, Zodiac, La Red Social), a mi modo de ver estos últimos los mejores cronistas cinematográficos del fin del American way of life.

Curtis LaForce, hipocondríaco y obsesivo, pero muy concienciado de su deber familiar, ha de luchar pues contra lo inevitable, penetrando en su mente como hace en su trabajo con la tierra, porque sea lo que sea lo que le pasa, “necesito saber qué debo hacer para controlarlo”. Y esa responsabilidad que asume ante el ser amado lo eleva a héroe moderno, como una especie de Noé coetáneo. Una figura que renace del refugio (cueva platónica) cuando en el preludio del final —acompañado por una música grandiosa— afronta sus miedos y abre el zulo en el que se había encerrado con su mujer y su hija. Por otro lado, durante toda la cinta el rumor que traspasa la historia es el de la incomunicación: La de los padres y Hanna, la impotencia de Curtis por no ser tomado en serio (liberada de forma violenta durante una comida con conocidos a los que reprende por estar anestesiados) y la voluntad de Samantha por comprender a su marido pero la impotencia de no conseguirlo. Todo ello no deja de ser la metáfora de la incomunicación occidental, de una nación (USA) paralizada por el miedo. Esto revela un drama vastísimo, pero además de ser un relato intimista escalofriante, también es una extraordinaria historia de amor.

Si la enfermedad de Curtis parece ser el hoyo por el que se vaciará la familia y su matrimonio, también es lo que lo une. El cariño y la entrega de una mujer comprensiva hasta la extenuación con su marido, y su valentía de afrontar juntos la enfermedad (o la tormenta que lo arrasará todo) es conmovedora, por ser significativa (afrontaremos unidos la catástrofe que venga) y bellísima. Matices que consiguen transmitir asombrosamente bien sus dos principales actores. Michael Shannon está soberbio, y transmite en todo momento la complejidad psicológica del personaje; y Jessica Chastain es, a mi juicio, la mejor actriz del momento. Una chica con un don para interpretar con naturalidad cada uno de sus papeles (El árbol de la vida, Terrence Malick, 2011).

Apenas es decente hablar de las referencias de Take Shelter, fundamentalmente porque en esencia esta historia es algo nuevo. No hemos hablado de una película entroncada con el cine del fin del mundo, como tampoco lo es El árbol de la vida. En ésta lo que se pone de manifiesto es que el vació existencial (uno de los problemas más graves de nuestro tiempo) que sufre el protagonista al que interpreta Sean Penn, tiene su origen en la ruptura con Dios, en darle la espalda, y ese es el motivo principal —apunta Malick— de nuestro desconsuelo. En cuanto a Take Shelter, estamos ante un drama psicológico que aprovecha elementos sobrenaturales. Estas dos películas se pueden parecer en la forma, pero no en el fondo. En cambio, en el caso de la espléndida Melancolía (Lars von Trier, 2011) sí vemos un marco apocalíptico; sin embargo el director realiza un estudio excelente de los comportamientos humanos cuando a los personajes ya se les ha revelado un final previsible que después se confirma como irrevocable. Lo interesante aquí es reflexionar sobre la pregunta que nos sugiere el ejercicio de Lars von Trier: ¿Quiénes somos en situaciones límite? Pero este film queda emplazado para otra ocasión.

Por lo demás, tenemos a Jeff Nichols, director y guionista principal de Take Shelter. Genial en todo. Con un estilo propio como demostró en su estreno con Shotgun Stories (2007). Aquí, en Take Shelter, es elegante en la dirección, con planos elocuentes y sutiles. Artesano de una obra superior, con uno de los finales más fascinantes que he visto en mi vida. En suma: una pieza de relojería, de múltiples lecturas (con alusiones a la situación económica nacional, al sistema sanitario —denuncia del mal funcionamiento de lo público: “no más terapeutas gratis, quiero uno bueno”—, al sistema laboral, a la hipocresía social o a la fingida religiosidad), llamada a perdurar en el tiempo. Porque el cine contemporáneo —a pesar de la tendencia— también es capaz de crear poesías inolvidables. 


2 comentarios:

  1. Esta película es realmente buena.
    Me alegra que le hayas dedicado un comentario tan bueno y que sea la primera película que subes, porque lo merece.

    Grandísimos actores y un excelente argumento. Muy pocas películas consiguen mantener la tensión en el espectador como lo hace Take Shelter. Es difícil de explicar pero sentí sensaciones a la vez agradables y angustiosas. Hay que verla y entenderla.

    Se la recomiendo a todo el mundo.

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  2. Sí, gran película. Lástima de ese final, parece ir contra la propia película. Un saludo!

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