domingo, 21 de abril de 2013

Luz de Vísperas de Mauricio Wiesenthal

Este libro se convertirá con el paso del tiempo en un clásico. Su calidad literaria es un aval muy serio. Bien es verdad que los grandes libros de cada época son clásicos (es decir, permanecen en el tiempo) precisamente porque son valorados, ponderados, rescatados del tiempo y el olvido por las sucesivas generaciones, que ven en ellos obras de valor incalculable. En la medida que este libro sea celebrado por mis contemporáneos, podrá silenciar el ruido superfluo que produce el mundo y su literatura y permanecer durante muchas generaciones de lectores como la joya que es. La gran adversidad con la que se va a encontrar Luz de Vísperas es que en nuestra época quedan tan pocos sabios, y están tan dispersos, que los genios actuales como Mauricio Wiesenthal se disuelven entre la indiferencia general, la vulgaridad y la incultura. Yo, por mi parte, haré lo que pueda para que las pocas obras maestras con las que topo de tanto en tanto no caigan en saco roto.



     Luz de vísperas es un libro magistral; literatura de degustación, mágica, a veces lírica, pero sin alardes. Mauricio Wiesenthal dispone la crónica de la decadencia de Europa a través de sus vivísimos personajes, a lo largo del siglo XX. Ante el lector se despliega, pues, el retrato de una época tormentosa y apasionante.

     Para acercarnos a ambientes y personas, seguimos los pasos del escritor Gustav Mayer. Un personaje de altura para la categoría de la obra. Luz de vísperas se desarrolla prácticamente en dos partes, pues la tercera comprende el desenlace en un puñado de páginas. La historia comienza con la recogida del protagonista, a edad avanzada, del Premio Nobel, en Estocolmo. Es a partir de este hecho afortunado cuando el escritor evoca su vida y la comparte con nosotros. Da inicio entonces una narración fascinante contada por un personaje mítico.

     Lo primero que llama la atención con el paso de las páginas es el contraste entre los pasajes de la infancia del escritor y su entrada en la madurez, cuando sale de casa para formarse como escritor y vivir nuevas culturas; es decir, choca la diferencia entre la felicidad de la primera etapa, y la gravedad de la segunda. Además de todo esto, el personaje principal es un hombre marcado por dos mundos: el cristiano de su madre y el judío de su padre. Con todo, la descripción de Wiesenthal de la personalidad de Gustav Mayer es magistral y elegante:

«De su padre heredó Gustav un severo juicio crítico para valorar el alcance de sus actos y ese estilo formal, ordenado, litúrgico y burgués que se reflejaba en su elegante aspecto físico. Y de Anna Hofer heredó el resto: imaginación, sensibilidad, el gusto del lujo y de las cosas banales, además de una insobornable independencia del alma frente a los juicios del mundo y de la gente» (p. 92).

     De sus viajes en busca de inspiración, las mejores descripciones que hace Gustav de los lugares por donde pasa son —al menos me parecen a mí— aquellas acerca del alma rusa y el ambiente revolucionario previo a la Gran Guerra.

     La entrada en la escena europea de la ideología diabólica que triunfa en Rusia con la victoria de los bolcheviques y prenderá después en el resto de Europa, tiene sus raíces —como muy bien observa Mayer— en la Ilustración y la Revolución Francesa. (p. 123-124.) Y a partir de la condena del escritor del materialismo, primero, pero también del capitalismo después, nace su tesis, el núcleo de su pensamiento:

«Al combatir el fanatismo de la Edad Media hemos olvidado también sus ideales. Y el fanatismo no fue nunca una consecuencia de la fe, sino de la falta de piedad. Una fe sin misericordia puede esconderse incluso en la ciencia (p. 480) (…) La ciencia europea había luchado a favor del progreso, contra el fanatismo ignorante y contra las supersticiones. Pero la soberbia racionalista había exagerado esa tarea de limpieza, acabando con los símbolos de la fe que necesita un pueblo para identificarse y mantener sus ideales (p. 537)».

     Gustav insistirá mucho en los valores de los artesanos medievales, y en su trabajo paciente y elaborado. En el presente desde el que habla el personaje, ha muerto cualquier tipo de trascendencia. Y su crítica merece ser consignada aquí: «Europa se debate hoy entre Rusia y el mundo capitalista, como cualquier colonia, desnaturalizada y vaciada de su historia. La Rusia soviética nos propone la conversión a su filosofía materialista. Y el capitalismo ofrece, más o menos, lo mismo: un mundo sin más fe que los valores materiales del éxito y el dinero» (p. 19).

LA GUERRA (EUROPEA) EN LUZ DE VÍSPERAS

     El drama surge en la novela con la llegada de la Gran Guerra. La Primera Guerra Mundial sacude un mundo tranquilo, y Gustav ofrece algunas reflexiones brillantes acerca de la misma. En mi opinión, desde este momento, hasta la llegada de la segunda parte de la obra, se produce lo mejor de Luz de vísperas, con algunos momentos posteriores también inolvidables. Aquí van algunas de esas meditaciones de Gustav:

«El Humanismo había dado, precisamente, a Europa la conciencia de que las obras de la política, del saber y de la cultura no son anónimas, sino que tienen un autor. Y, por el contrario, son las guerras y los movimientos de masas los que propagan el anonimato como una forma de inmunidad (p. 249) (…) La guerra es el anonimato: los vivos que no tienen tiempo de mirarse a la cara y los muertos que se parecen todos» (p. 300).

     Entretanto, mientras muchos hombres mueren en el frente, Wiesenthal despliega un mundo luminoso en los salones vieneses —que recuerda a Guerra y paz—, al calor de conversaciones triviales y la seguridad de los ejércitos imperiales. Estos relatos intercalados son muy agradables y diluyen la gravedad de los acontecimientos bélicos, narrados con maestría.

     Después de la tormenta, en pleno vigor creativo y sentimental de Gustav, se producen los mejores momentos de la novela. Wiesenthal nos presenta a mujeres impresionantes como Sara Zucker o Carlota (mi preferida), a niñas como Nennolina o personajes entrañables como el abuelo Dimitrije. Al abandonarnos estos, los colore vivos del cuadro empiezan a morir, aunque no se apagan del todo. Así, la segunda parte se inicia con otros tonos. Incluso Mayer pierde durante un tiempo su grandeza y se vuelve —a mis ojos— antipático, ensimismado, soñador e irresponsable. Quizá es la crisis que sobreviene al hombre al cruzar el ecuador de su vida; en cualquier caso, el personaje me produjo un serio rechazo, que, afortunadamente, en las postrimerías del libro desaparece. 

      Pues esta circunstancia, en realidad, hace más real al personaje, mucho más vivo. El mismo evoluciona, tropieza, toma decisiones chocantes, incoherentes, y en otras ocasiones, acertadas, prudentes... Como cualquier hombre. Ni más ni menos. Y esto es un gran logro del autor —pues se trata, en las formas, de una novela realista.

     Sin hacer más extenso el resumen, ya que el comentario no puede honrar en su justa medida esta obra —a la que reconozco una calidad excepcional pero que no me ha llegado tanto al alma como Me hallará la muerte de Juan Manuel de Prada o Sonaron gritos y golpes a la puerta de Pío Moa, dos obras por otra parte recentísimas—, la segunda parte se centra en los años de la Segunda Guerra Mundial y las fechorías nazis. Aparecen nuevos personajes, Gustav contrae un segundo matrimonio, con Fritzi (un personaje muy bien trabajado), y participa en la Resistencia mientras lleva una existencia tranquila en un hotel de las montañas suizas. Las conversaciones elitistas entre el nuevo grupo de amigos de Gustav, sus actividades clandestinas, y algunos romances desgraciados que se producen, colorean la segunda parte de la novela. Así, mientras se destruye el mundo más allá de las fronteras, y parece que nada ocurre dentro de ellas, las vidas íntimas de los personajes, marcadas por la monotonía y los paisajes rurales, también se derrumban. Especial atención merecen, en esta nueva etapa, el español Diego Acevedo y Fritzi. Y creo que, por encima de todo, casi todas las mujeres que entran y salen de las páginas de Luz de vísperas.

     Una obra, concluyo, a mi modo de ver, magistral. Construida, ciertamente, con paciencia y amor artesanales, y una prosa mágica que recuerda en algunos momentos al maestro Tolstoi. Enhorabuena don Mauricio.

FICHA
Título: Luz de vísperas
Autor: Mauricio Wiesenthal
Editorial: Edhasa
Otros: 2008, 1138 páginas
Precio: 34,50 €

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