miércoles, 21 de agosto de 2013

Romance de lobos (Comedias bárbaras III) de Ramón María del Valle-Inclán

Romance de lobos (1908) es la última de las tres comedias bárbaras de Valle-Inclán, serie que hemos visto ya en La Cueva con el comentario de las otras dos obras que anteceden a ésta según la cronología del relato. Y la más negra, intensa y lúgubre de las tres, donde domina la muerte y el clima nocturno, y en la que se suceden las escenas concentradas, de contenido incómodo, y con episodios vulgares, sacrílegos y esperpénticos. En este cierre de la trilogía se narra el desenlace épico del gran héroe de la obra, don Juan Manuel Montenegro, uno de los malos más atractivos de la ficción literaria española, y a su vez de los más desconocidos, pues ha quedado olvidado en un baúl donde sólo algunos excéntricos de la literatura nos asomamos de cuando en cuando.


      El aroma de misterio, y las fuerzas de lo oculto, está más presente que en las anteriores entregas. Ahora la magia se instala en todas las escenas y hace de la tierra gallega un escenario fecundo en supersticiones y temores. En esta ocasión el tema principal es el enfrentamiento, ya no enmascarado, sino abierto e irreconciliable, entre el hidalgo y sus hijos. En juego está el mayorazgo, y el propio honor del patriarca, cuya fama se extiende allende la comarca. La historia arranca, como episodio más significativo, con el saqueo de la casa familiar por los cinco hermanos con la madre, doña María, recién fallecida. El cuadro es esperpéntico y bárbaro. La miseria y la maldad se funden en la obra desde el primer instante. Y los personajes parecen animales dominados por la avaricia y la crueldad. La fama del padre es merecida, pero en cuanto a sus hijos, bien puede decirse, de tal palo tal astilla. Aunque realmente éstos son mucho peores que su progenitor.

      Pero don Juan Manuel Montenegro no es ningún santo, y con la caída de su mujer, los pecados que en Cara de plata y Águila de blasón para él no tienen importancia, aquí se van abriendo paso dolorosamente en la conciencia del hidalgo. Al menos ha amado desaforadamente, y en relación con las mujeres dice que si no las hubiera querido tanto, su vida hubiera sido un gran pecado. Mejor oírlo de su boca: «Como el hombre necesita muchas mujeres y le dan una sola, tiene que buscarlas fuera. Si a mí me hubieran dado diez mujeres, habría sido como un patriarca… Las habría querido a todas, y a los hijos de ellas y a los hijos de mis hijos… Sin eso, mi vida aparece como un gran pecado. Tengo hijos en todas estas aldeas, a quienes he podido dar mi nombre… ¡Yo mismo no puedo contarlos!» (I, 6).

      Finalmente, entre maldiciones a sus hijos, y con los vagabundos de su parte, justo antes de enzarzarse en una pelea que pone un punto y final brutal a la obra, don Juan Manuel Montenegro reconoce, esta vez abiertamente, que ha sido un gran pecador, y que como resultado de su vida impía sus hijos han salido unos salvajes criminales. Brota aquí el sentimiento de culpa, y comprobamos la gran evolución que ha sufrido el personaje desde la primera de las comedias bárbaras, cuando se consideraba a sí mismo el diablo: 

«Ay, yo he sido un gran pecador, y mi vida una noche negra de rayos y truenos!... ¡Por eso a mi vejez me veo tan castigado!... ¡Dios, para humillar mi soberbia, quiso que en aquel vientre de mujer santa engendrase monstruos Satanás!... Siento que mis horas están contadas, pero aún tendré tiempo para hacer una gran justicia. ¡Vuelvo aquí para despojaros como a ladrones de los bienes que disfrutáis por mí! ¡Dios me alarga la vida para que pueda arrancaros de vuestras manos infames y repartirlos a mis verdaderos hijos! ¡Salid de esta casa, hijos de Satanás!» (Escena final).

      Podría parecer que siendo como es el fondo de la trilogía pesimista, decadente y, por momentos, irreverente, perdiéramos de vista que en realidad Valle-Inclán urde una especie de fábula tragicómica en la que el soberbio es abatido y donde las consecuencias de los pecados son pecados aún mayores, pues el mal sólo engendra mal, sufrimiento y ruina.

      Antes de acabar con el comentario de Romance de lobos, cuyo hermoso título no puede ser más adecuado, quiero significar que este titánico personaje, don Juan Manuel Montenegro, me recuerda mucho a otra de las brillantes creaciones de Valle-Inclán, Max Estrella, el protagonista de Luces de bohemia. Y ligeramente también al rey Lear. En la pluma resplandeciente de este genial escritor gallego, hay un gusto, paradójicamente, por lo oscuro, lo gótico. Ya que en gran parte de su magnífica obra sobresalen personajes cuyas vidas, podemos decir, se hallan en su crepúsculo.




COMEDIAS BÁRBARAS
I. Cara de plata
II. Águila de Blasón
III. Romance de lobos

FICHA
Título: Romance de lobos (Comedias bárbaras III)
Autor: Ramón María del Valle-Inclán
Editorial: Espasa-Calpe
Otros: 2006, 168 páginas

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