sábado, 14 de marzo de 2015

El mito de Sísifo de Albert Camus

Albert Camus (Argelia, 1913 - Francia, 1960), fue una de las mentes más brillantes de la Francia del siglo XX. Un intelectual que cultivó la novela, el teatro y el ensayo, y que a pesar de su fina inteligencia, fue poseído por el espíritu del existencialismo, esa corriente vital que veía la existencia humana como algo completamente absurdo. Y su pensamiento, escéptico y atormentado, se reflejó como es lógico en sus obras. No es extraño, por tanto, que el «filósofo» francés se interesara por el mito de Sísifo, relato clásico que según Camus mostraba en toda su profundidad la esterilidad de las obras humanas.


El personaje mítico de Sísifo forma parte del conjunto de personajes condenados perpetuamente por la divinidad a causa de alguna transgresión o sacrilegio. En este caso, Sísifo fue capaz de burlar a los dioses y escapar de los Infiernos, habiéndose ido previamente de la lengua. Sin embargo, enseguida cayó sobre él el castigo de Zeus , que lo encierra en el Averno. Así, para obligarlo a permanecer eternamente en el Tártaro, el padre de los dioses griegos le impone la pesada tarea de empujar (o llevar a cuestas) hasta lo alto de un monte una enorme piedra, que llevada al punto más alto de la montaña por el infeliz, inexorablemente rueda hasta abajo, lo que obliga a Sísifo a repetir el suplicio una y otra vez, en una rotación insoportable. Sísifo, de esta manera, está emparentado con otros personajes de similar destino como Tántalo, las Danaides, Ixión y Titio. Camus creyó ver en todos ellos, pero especialmente en Sísifo, lo que es realmente el ser humano: un ser cuyos esfuerzos son infecundos.

Naturalmente esta filosofía de la desesperación y el absurdo existencial, formulada sobre todo por Sartre, conduce no al existencialismo, que sería más bien una cosmovisión, sino al nihilismo, que ya es toda una postura vital, una toma de partido ante la realidad. Camus, por tanto, en El mito de Sísifo plantea la cuestión del poder humano. ¿Qué puede, así pues, el hombre con sus solas fuerzas? Él se da cuenta que nada. Puede subir piedras a lo alto de un monte pero al final esa piedra acaba cayendo hasta abajo, y tiene que descender de nuevo y empujar la misma mientras vive. Sísifo, por tanto, sería un símbolo de la humanidad. 

El hombre busca la felicidad, la esencia de las cosas, el sentido último de todo lo que hay, y su tarea es extenuante. Pero al hacerlo sólo con sus propios medios y capacidades, se da de bruces cuantas veces trata de hallar el fundamento último de todo. Y en consecuencia se desengaña y piensa que nada tiene sentido. Entonces, durante su vida persigue con ahínco el placer, aunque reconoce más tarde que cualquier placer es un pobre parche, una solución provisional que a veces esclaviza e incluso revela un vacío en nuestro interior todavía más enorme; sobre todo cuando el efecto de todo placer se disuelve y el hombre se ve impelido a perseguir sin descanso bienes que solo apagan temporalmente su sed.

Albert Camus acertó al identificar la humanidad con el pobre Sísifo. Pero se equivocó al pensar que el esfuerzo humano es estéril. Porque cuanto nos rodea está lleno de sentido y significados. Y porque la esperanza no es ninguna ilusión, como defendió el existencialismo o el propio Sigmund Freud. Lo que ocurre es que Sísifo es en el fondo el hombre que ha perdido su oportunidad en este vida; aquel que ha vivido creyendo neciamente que Dios estorba y que puede caminar por su cuenta y riesgo llevando a la cima el peso de sus méritos, sin darse cuenta de que cuando él ha creído llegar a lo más alto, sus obras no valen nada y ha de rendir cuentas con las manos vacías.

El gran artista Miguel Ángel, hijo del Renacimiento y por tanto hombre entusiasmado con los antiguos clásicos, sí conoció la verdad a la que aquéllos no podían acceder al carecer de la luz del Evangelio, y escribió en un poema: «No hay daño tan grande como el del tiempo perdido». Sin esa luz, la del Espíritu Santo, Camus, o cualquier otro hombre, pierden el tiempo dramáticamente; unos entregados a mil cuitas y reflexiones intelectuales de carácter escéptico, otros, preocupados por rodearse de cómodos placeres, mientras van marchitándose lentamente en una vida que no les merece ningún tipo de solemnidad. 


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