miércoles, 1 de abril de 2015

Miguel Ángel, una vida épica de Martin Gayford

Sería muy atrevido por parte de cualquiera afirmar que Miguel Ángel no es el artista más grande de todos los tiempos. Una inscripción lo describió en su día como «el máximo pintor, escultor y arquitecto que nunca viviera». De hecho, el genio florentino transformó la noción de artista e hizo trascender el arte como jamás se había hecho hasta entonces, siendo considerado en vida, incluso por los Papas y cardenales del Renacimiento, una especie de semidiós, un personaje casi divino que, sin embargo, contó con una personalidad melancólica y apasionada, reflejo del volcán en constante ebullición que escondía en su interior... En las fechas actuales, la vida épica de Miguel Ángel ha sido admirablemente descrita por Martin Gayford, conocido crítico de arte, en una prodigiosa biografía.


En Miguel Ángel. Una vida épica, el artista por antonomasia, el pintor, escultor y arquitecto supremo, es presentado como verdadero artista pero también como verdadero hombre. Además de la atractiva narración del autor de esta colosal biografía, magníficamente documentada y trasladada al lector, de la perfecta ambientación del marco en el que debió vivir Miguel Ángel (la Roma de los Papas renacentistas y la Florencia de los Médici, convulsionada por luchas de facciones y rencillas ancestrales), de las cautivadoras reflexiones salpicadas por todo el estudio de las obras de Miguel Ángel, de sus duelos artísticos con celebérrimos artistas como Leonardo o Rafael, este libro destaca por trazar con enorme habilidad la personalidad del mayor artista de todos los tiempos, convirtiendo la lectura de esta obra en un placer irresistible.

Miguel Ángel fue en todos los sentidos un hombre singularmente dotado para las bellas artes. Poseía una sensibilidad innata para el mundo del corazón y los sentimientos trascendentes. La imaginación rebosaba en su mente. Y a la hora de plasmar sus fantasías, se revelaba como un maestro inigualable. Sus cualidades podrían calificarse, sin exagerar lo más mínimo, de épicas. Su tesón, de sobrehumano. 

Fue capaz de crear obras universales como la Piedad, uniendo «la imagen más intensamente emotiva de la contemplación religiosa del norte de Europa con los rasgos serenos y la desnudez impecable y anatómicamente precisa del arte clásico» (p. 180). El David, el cual «se encuentra entre las esculturas más grandes jamás realizadas» (p. 205). O los frescos para la bóveda de la Capilla Sixtina, «una obra casi sobrehumana de inspiración y resistencia» (p. 282). Por nombrar solo tres de sus más conocidas obras. Creó no obstante muchas más, y de igual categoría. Algunas se perdieron, otras se conservan para regocijo nuestro.

Y sin embargo Miguel Ángel sufrió mucho. Fue consciente de que no podría satisfacer a todo el mundo, reconoció también que no podría dedicarse en cuerpo y alma a determinados proyectos, y que estos nunca acababan. No era lógicamente todopoderoso ni omnipresente. Hombre, a pesar de todo, de lealtades y de hondo sentimiento religioso. La personalidad de Miguel Ángel, introvertida y celosa de su intimidad, pero al mismo tiempo desprendida y generosa, chocaba asiduamente, provocando en su espíritu una tortura constante. Tenía un enorme carácter, pero protegía su intimidad con gran esmero, siendo poco amigo de fiestas y otro tipo de reuniones sociales. Paradójicamente, este coloso de las artes, «cuya personalidad era tan avasalladora e intensa que ponía nerviosos a los papas, padecía en privado el temor a que su sentido del yo se viera abrumado por el atractivo físico y psíquico de otros» (p. 227). Sacarlo de su ambiente era desestabilizarlo. Un día, invitado por unos amigos a cenar, reaccionó de modo tan pudoroso que enternece: «Si cenase con vosotros, visto que estáis todos tan bien dotados de talento y amabilidad, más allá de que cada uno de vosotros ya me ha despojado de algo, cada uno de los que cenasen conmigo se quedaría con una parte de mí» (p. 227).

Por esto, y como no podía ser de otra manera —en este caso la expresión no es una coletilla gratuita—, Miguel Ángel fue al mismo tiempo derrotado y coronado con el laurel del triunfo. No era Dios, ciertamente, pero era el ejemplo vivo de que Dios le había dotado especialmente para hacer lo que hizo.

Por si no fuera del todo evidente lo anterior, que Miguel Ángel había recibido algún tipo de gracia especial de lo más alto, cuenta su biógrafo más importante, contemporáneo suyo además, que, su amor a Jesucristo y a la Iglesia, le hizo conducirse a lo largo de su vida por la senda de la santidad, a pesar de que como cualquier mortal flirteara en algún momento de su vida con el pecado. Así, Giorgio Vasari cuenta una anécdota sorprende del funeral de Miguel Ángel, apenas conocida y muy relevante: «Muy pronto la procesión estuvo atestada de ciudadanos florentinos, distinguidos o no, y "solo con la mayor de las dificultades logró trasladarse el cuerpo a la sacristía, donde fue liberado de sus envoltorios para su eterno descanso". Después de que los frailes hubieran dicho misa por el difunto, el escritor y cortesano Vincenzo Borghini, que representaba al duque, ordenó que se abriera el ataúd, en parte, según Vasari (que estaba presente) para satisfacer su propia curiosidad, y en parte para complacer a la multitud de los presentes. Entonces, al parecer, se descubrió algo extraordinario. Borghini "y todos los que estábamos presentes esperábamos descubrir que el cuerpo ya estuviera descompuesto y putrefacto". Y sin embargo, esto es lo que dijo al respecto Vasari: "Al contrario, descubrimos que todas las partes [de su cuerpo] seguían en perfecto estado, y tan libre de todo mal olor que estuvimos tentados de creer que simplemente estaba sumido en un dulce y plácido sueño. No solo sus facciones eran exactamente las mismas que cuando estaba vivo (aunque imbuidas de la palidez de la muerte) sino que sus extremidades estaban limpias e intactas, y el rostro y las mejillas daban la impresión de que hubiera muerto apenas unas horas antes". Por supuesto, uno de los signos tradicionales de la santidad es un cuerpo incorrupto» (p. 41).

¿Habría de sorprenderse alguien, si por aquel entonces el propio Vasari pensaba que Miguel Ángel había sido enviado por Dios a la tierra para ofrecer, mediante su destreza universal en las artes y la conducta santa, un modelo de perfección?




No hay comentarios:

Publicar un comentario