domingo, 15 de noviembre de 2015

Agamenón de Esquilo: Primera parte de la Orestea

La Orestea u Orestíada es la única trilogía completa que ha sobrevivido hasta nuestros días del genial Esquilo. Y de las ochenta obras que se conocen del más arcaico de los poetas trágicos, siete solamente se conservan. Agamenón es precisamente la primera parte de la trilogía que tiene a Orestes, hijo de Agamenón y Clitemnestra, por eje de la misma. En ella, el héroe cuyo nombre da título al libro, regresa a casa, después de una década de fatigas frente a las murallas de Ilío. Pero lo que le aguarda al comandante en jefe de las fuerzas aqueas no es un recibimiento amable, al contrario de lo que le sucede a Ulises en su vuelta al hogar, sino un acto sangriento más de la interminable maldición que pesa sobre la casa de los Atridas. La tragedia arranca por tanto con la interrogación mayúscula que supone el poder contagioso del mal y la necesidad humana de reparar toda injusticia.

Con estas tres piezas Esquilo ganó el certamen literario de la ciudad de Atenas en el año 458 antes de Cristo, o de la era común, como dicen ahora los imbéciles de la Nueva Era. El tema era afortunado. También con él se pretendía educar a los ciudadanos atenienses.

Agamenón, como se ha dicho, vuelve a Argos tras conquistar con los argivos la ciudad de Príamo para encontrar la muerte a manos de su propia esposa mientras se baña. No disfruta el héroe por tanto la gloria que se entrega a los campeones de disputas bélicas; por el contrario, recibe una muerte ignominiosa. Clitemnestra cree tener motivos suficientes para derramar la sangre de su esposo. ¿Pero los tiene realmente? Lo cierto es que en parte sí.

Agamenón había dado muerte en primer lugar a su hija Ifigenia para calmar la tempestad que impedía partir a las naves griegas hacia Troya. Y una década después regresa a su hogar con una esclava como símbolo de victoria. Casandra es un personaje extraordinario que vive en sus propias carnes el infortunio sin tener culpa de nada. Para Clitemnestra, que ha dejado entrar en su cama a Egisto, primo de Agamenón, mientras le nublaba el juicio el recuerdo de su hija sacrificada, es la gota que colma el vaso, el resto que detenía la espada de Damocles sobre la cerviz de su marido. Así, con engaños, la esposa acoge a su cónyuge y en el momento propicio acaba con la vida del héroe.

Clitemnestra creer haber hecho justicia. Casandra e Ifigenia son razones de peso. Olvida sin embargo su adulterio. Por eso para Esquilo una justicia parcial no deja de ser una injusticia. Y el juicio humano nunca es del todo acabado y perfecto. Por eso el acto de esta feroz reina es posteriormente castigado. No en vano ha dejado huérfanos de padre a un hijo y una hija: Orestes y Electra.

Se mire por donde se mire, unos y otros tienen razones, y al mismo tiempo ninguna, para actuar como lo hacen. El castigo de la nueva injusticia será no obstante el tema de la siguiente tragedia, Las Coéforas.

Los ancianos argivos que componen el coro de esta tragedia, volviendo a Agamenón, ponen de manifiesto el eterno valor que han dado los hombres de todo tiempo a la justicia, cuyo fundamento, por cierto, siempre han situado más allá de sí mismos: «Alguien dijo que las deidades no se dignan siquiera cuidarse de los mortales que pisotean el honor de lo inviolable. No era ése un hombre piadoso».

El asesinato ha sido un acto impío para todas las civilizaciones que han poblado la tierra. Desgracia que atrae otras desgracias al no ser debidamente satisfecha. Pues «la negra sangre caída a tierra de una sola vez con la muerte de un hombre ¿quién podrá volver a llamarla a la vida mediante ensalmos?». El conflicto familiar presentado por Esquilo es terrible. De él se vale, así pues, para lograr una tragedia inmensa, y especular sobre la naturaleza de la justicia y quién debe legítimamente administrarla.

Dos ideas quisiera destacar finalmente de esta obra, al margen de la opinión negativa que tiene Esquilo de la mujer y de su esfuerzo por advertir al público sobre la inestabilidad de las cosas humanas. Se trata de redundar más o menos en lo mismo con otras palabras. Una es la visión distorsionada o incompleta que tiene el ser humano de la justicia, que con frecuencia conduce al hombre a creer que la justicia está de su parte. Justicia, por otro lado, que nunca representa para la víctima una restitución perfecta de lo que ha perdido. La otra idea tiene que ver con el poder infeccioso del mal. Un misterio oscurísimo y temible.

Las obras de Esquilo, en resumidas cuentas, no son noveluchas para gentes que no pasan de los fast food literarios. Hombres y mujeres que, aunque parezca imposible, cuanto más leen menos saben, y cuantas más páginas consumen, menos les importan las grandes cuestiones. Con entretenerse ya tienen suficiente. Su horizonte no es más lejano que la medida de sus narices. En cambio, se podría dedicar una vida entera a estudiar las tragedias de Esquilo, y con seguridad no podría decirse de ésta que hubiese sido vivida en balde.


Obras de Esquilo:
La Orestea:
*Agamenón

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