miércoles, 16 de diciembre de 2015

Aquellos días que no olvidaré de Santiago H. Amigorena

La literatura se convierte en mucho más que un pasatiempo cuando el escritor transmite en sus libros parte de su alma. En aquellos días que no olvidaré el autor en cambio se vacía por completo, se desnuda ante un público que llega a sentir como propio su desesperado lamento, su terrible desesperación, su angustia, su miedo. Él es el protagonista. El personaje central de una pesadilla que no tiene fin. Aquí, en esta narración sorprendente, Santiago Amigorena cuenta la traición de su mujer, la bellísima actriz Julie Gayet, que lo dejó por otro, que lo rompió por dentro. Y cómo lo cuenta es casi tan impresionante como la historia misma.


Amigorena, conocido guionista y escritor, educado en Francia pero nacido en Argentina, ha dejado en este libro palabras para el recuerdo. El desamor sufrido por la infidelidad de su mujer pone en marcha este explosivo relato, comunicado todavía con los sentimientos a flor de piel, mediante palabras que traspasan la materialidad de las hojas de papel, a partir de verdades que, por desgracia, cada vez son más actuales y dramáticas. 

La traición es sin duda una ofensa desgarradora, una injusticia que, para la víctima, se recibe como uno más de los pecados que claman al cielo. Amigorena confiesa su dolor y lo conjura al mismo tiempo a través de la escritura. Sabe sin embargo que penas tan grandes dejan una profunda huella. ¿Pero no es esto común a la especie? Por eso la persona traicionada por el hombre o la mujer que ama experimenta un deseo repentino de morir, una sensación de vacío interior, de oscuridad, de desilusión, de apatía por la vida, de desengaño, de recelo. Porque todo hombre y toda mujer necesita en el fondo el amor sobreabundante de la Piedad, de la figura magistral confeccionada por Miguel Ángel, del abrazo eterno de la madre, del cariño infinito de alguien que nos arrope hasta el último instante. Porque todo hombre y toda mujer venimos al mundo heridos, con una sed misteriosa y desesperada: necesitamos que nos amen. Y por eso no es posible pedir el amor total a nadie. Porque la criatura nace con límites. Limites para amar, pero también para dolerse.

Y esto sin embargo no mitiga nuestra hambre. Por eso piensa el autor que él sin ella no es nada; por eso piensa que sin ella, para él todo ha terminado. Y «piensa que la ternura del amor que sentían no estaba hecha para un mundo como éste. Piensa que la ternura de los hijos que tuvieron no está hecha para esta realidad» (p. 13). Y desgraciadamente no se equivoca. Pero este infierno es cosa nuestra. Amar no puede ser tan complicado.

Es una evidencia, no obstante, que la sensación de abandono que produce una infidelidad como la que Amigorena relata en este libro puede hacer decir a una persona: «Ya no tengo futuro. La vida sin ti me da lo mismo». Y es lógico sentirlo, si se entiende que todo amor de alguna manera es también un ídolo. Y al mismo tiempo, si se tiene en cuenta que parecida al amor es la guerra.

Por mi parte, llevo seguramente toda mi vida preguntándome acerca del amor humano, del amor pasional y del amor puro y definitivo. En esa búsqueda constante topé un buen día con un santo, un sacerdote español, que, citando a otro autor, decía estas hermosas palabras sobre el amor:

«Si te extasías ante su belleza, eso solo no es amor: es admiración. Si sientes palpitar tu corazón en su presencia, eso solo tampoco es amor: es sensibilidad. Si ansías una caricia, un beso, un abrazo, poseer de alguna manera su cuerpo, ni tan siquiera eso solo es amor: es sensualidad. Pero si lo que deseas es su bien, aun a costa de tu sacrificio, enhorabuena: has encontrado el verdadero amor».

Por desgracia hoy se ha perdido todo equilibrio. Nos han programado para el goce desesperado, para un amor inhumano y egoísta. Se desea a las personas, como se desean las cosas. El otro no importa, sino lo que éste nos aporta. Y así se ha llegado a este punto. A un punto donde abundan personas destruidas por el capricho de otras. Ya sean hombres o mujeres traicionados por sus parejas, o niños que crecen sin el amor y las referencias de sus padres.

Aquellos días que no olvidaré es por esto mismo una joya incalculable. Por su altísima calidad literaria y por ser testimonio de nuestra debacle. 



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