jueves, 26 de enero de 2017

Rectificar es de sabios: Scorsese, Mel Gibson y dos películas enfrentadas

Desde que vi la última película de Martin Scorsese, no he dejado de darle vueltas a su argumento. Enseguida realicé un artículo sobre la misma, que me pareció bastante logrado; sin embargo al cabo de los días me fui dando cuenta de que no había sabido extraer las últimas consecuencias de la cinta. Me faltó discernimiento y prudencia. El caso es que supe al escribirlo que podría haber dicho todo lo contrario de lo que dije, motivo por el cual me he ido sintiendo cada vez más como un vil sofista. Por eso he de rectificar lo dicho y fijar una posición definitiva. De ahí este artículo.

Hace días publiqué, como ha quedado dicho, un comentario sobre la última película de Martin Scorsese (Silencio), basada en la novela homónima de Shusaku Endo, que también comenté en su día en este mismo medio. 

Pues bien, sigo manteniendo que Silencio es una película compleja, una película que para exprimirla a conciencia precisa de un importante aparejo teológico. También sostengo que es una cinta no convencional que admite un examen en profundidad, en lugar de morir, como casi todas, una vez estrenada, por falta de verdadera carnosidad. Subrayo, igualmente, que Scorsese hace, por medio de esta película, una confesión pública de su apostasía, pidiendo perdón delante de todo el mundo. Asimismo, me sigue pareciendo, aunque aquí tengo más dudas, que Silencio no celebra la apostasía. Y no entro a valorar por qué no ha hecho Scorsese una película al uso sobre mártires en vez de esta historia sobre la vida de un sacerdote apóstata, puesto que de alguna manera ya he respondido ésto al afirmar que la obra es un trasunto del propio artista.

Diré ahora lo que se me había escapado de la cinta, algo que, al descuidar, me hizo errar y perder de vista su argumento capital. Y lo que se me había escapado es que el cristiano tiene, no sólo el deber de creer, sino también el de confesar lo que cree. Obviamente yo no ignoraba ésto, pero no valoré lo suficiente que es precisamente ahí donde debía ir el acento de mi crítica. Soy muy consciente, sin embargo, de que en este momento puede parecer que he olvidado el contexto en el que se desarrolla esta historia, pero de tanto mirar los árboles perdí de vista el propio bosque, pues —una vez más lo digo—, debí enfatizar que lo que hace el protagonista en el último tramo de su vida es acomodarse y pretender que su fe es legítima aunque no la manifieste públicamente. ¿Pero se puede ser cristiano de esta manera? ¿Incluso en la peores circunstancias? Esa es la gran pregunta. Es cierto que el padre Rodrigo sigue evangelizando en secreto, pero no es menos verdad que mientras evangeliza clandestinamente, sirve a las autoridades niponas delatando a los cristianos que, con pertinacia admirable, siguen entrando al país del sol naciente para darles a conocer al único Dios que tiene palabras de vida eterna.

Por el contrario —estoy fascinado porque estas dos películas hayan coincidido en el tiempo— la última creación de Mel Gibson es, en este sentido, la antítesis de Silencio. ¡Y cómo se me pudo pasar relacionarlas! En Hasta el último hombre, en suma, no se advierte la incoherencia de su protagonista; más bien todo lo contrario, ya que todos sus pasos siguen una lógica admirable. Desmond Doss, en la maravillosa película de Gibson, lleva hasta las últimas consecuencias su fe. Desmond vive, así pues, la guerra misma de acuerdo con esta dimensión religiosa que anima toda su vida interna, mientras que, por el otro lado, el padre Rodrigo ha escogido adentrarse en un callejón sin salida, que, por mucho que finalmente se disfrace de fervor cristiano, evidencia una lamentable incongruencia.

Seguramente mi primera crítica y ésta sean complementarias y no excluyentes. Pero creo sinceramente que las razones del presente texto deben condicionar en mayor medida la valoración de la cinta que las que presenté en el primer artículo.

En fin, si rectificar es de sabios, yo lo he hecho lo mejor que he sabido. Creo, en definitiva, que Silencio tiene luces y sombras. Luces porque muestra el estado de indigencia espiritual en el que se encuentra cada ser humano, o la necesidad que éste tiene de la gracia y del perdón; pero también sombras muy densas y peligrosas, como la argucia de querer presentar la fe como algo privado que no compromete a nada y que nada exige.

Por eso yo también pido perdón y entono el mea culpa. Porque soy muy consciente de que toda opinión influye, y de que algunas influencias son perniciosas.



1 comentario:

  1. Bien rectificado y hay que agradecer tu reflexión y sinceridad. No he visto "Silencio", sí he visto "Hasta el último hombre" y me pareció magnífica, además de muy entretenida.

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