miércoles, 15 de marzo de 2017

2017 Centenario de las apariciones de Fátima. Una historia que merece ser recordada

Ya hemos entrado en el año del centenario de las apariciones de Fátima. Cien años atrás, en 1917, la Santísima Virgen se aparecía a tres pastorcillos portugueses de 10, 8 y 7 años, en los parajes de Loca do Cabeco y Cova da Iria, sitos en la parroquia rural de Fátima, un pueblito al norte de Lisboa. Los niños eran Lucía, Francisco y Jacinta, respectivamente. No se imaginaban los angelitos que sus nombres se recordarían hasta el fin del mundo debido a este sobrenatural acontecimiento.

El 13 de mayo de 1917 se presentó por primera vez a los niños la Santísima Virgen, bajo el nombre de Nuestra Señora del Rosario[1]. No era una fecha cualquiera. La Primera Guerra Mundial estaba encharcando de sangre los campos de Europa, revelando un nuevo tipo de guerra capaz de diezmar a millones de almas. Mientras tanto, el imperio de los zares se hundía y llegaba al poder el dragón rojo. También fue la fecha exacta en la que se produjo la consagración episcopal de Pío XII (no perdamos de vista este hecho). Fue entonces cuando el cielo envió varios recados precisos:
La Virgen fundamentalmente pedía que se rezara el Rosario a diario y se hiciera penitencia.
Dos meses después, el 13 de julio de 1917, María reclamó la consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado, y mostró a los niños el mismísimo infierno: «Ustedes han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si se hace lo que yo les diga, muchas almas se salvarán y tendrán paz. La guerra pronto terminará. Pero si no dejan de ofender a Dios, otra guerra peor comenzará durante el pontificado de Pío XI. Cuando ustedes vean una noche iluminada por una luz desconocida (esto ocurrió el 28 de enero de 1938), sabrán que esta es la señal que Dios les dará de que va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre»[2].

Es evidente que la Santísima Virgen vaticinó la Segunda Guerra Mundial, y también que de esta tragedia tuvo noticias la Santa Sede por boca de los niños, pues no en vano el obispo de la diócesis, Mons. José Correia da Silva, había reconocido el carácter sobrenatural de las apariciones de Fátima en 1930, tras las conclusiones de la escrupulosa comisión creada por él en 1922. Pues bien, la Segunda Guerra Mundial fue, como prometió la Virgen, aún peor que la primera. El mundo quedó conmocionado por las secuelas que esparcieron los hijos de Ares en aquellas décadas malditas. Pero el mundo no cambió, sino que fue a peor. En las siguientes cuatro apariciones de la Santísima Virgen en 1917, ésta siguió pidiendo exactamente lo mismo: conversión, oración y penitencia; además de la Consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón. Junto a todo esto, ese mismo año 70.000 personas se convencían de la autenticidad de las apariciones por el «milagro del sol», y entre ellas los periodistas de varios diarios anticlericales como O Seculo y O Dia.
Lo que en Fátima ocurrió desde ese momento fue algo imparable, algo que traspasaría todas las fronteras, asombrando al Vaticano y al mundo entero.
Muy pronto, como por cierto lo había anunciado la Santísima Virgen, el Señor se llevó consigo a dos de los pequeños. Francisco se fue al cielo el 4 de abril de 1919, y Jacinta un año después, el 20 de febrero de 1920. Quedaba sola Lucía. Pero Lucía recibiría la visita de la Santísima Virgen en más ocasiones. Para nosotros, en cualquier caso, lo decisivo de este acontecimiento sobrenatural es que la Virgen les comunicó a los niños el 13 de julio de 1917 (la visión del infierno), un secreto dividido en tres partes, cuya tercera parte las criaturitas guardarían, según lo mandado, celosamente. Con dos de los pastorcillos muertos, quedaba solamente Lucía para revelar el secreto, eso sí, cuando estuviera autorizada desde lo alto para hacerlo.
Pues bien, la tercera parte del secreto de Fátima fue puesta por escrito por la propia Sor Lucía el 3 de enero de 1944. A continuación, el escrito fue guardado en un sobre lacrado por el obispo Mons. Da Silva, que no se atrevió a leerlo, hasta que lo envió al Santo Padre, por aquel entonces Pío XII, en abril de 1957. Era preciso que el obispo no se demorara mucho más en hacer llegar esta carta al Papa Pacelli, puesto que el sobre que contenía el secreto tenía escrito «1960», la fecha en la que según Lucía debía ser revelado su contenido. ¿Por qué esa fecha? Según Lucía «porque la Santísima Virgen así lo quiere»[3].
Y sin embargo el secreto tampoco fue revelado para entonces. El sucesor de Pío XII, Juan XXIII, leyó su contenido y decidió no revelar la tercera parte del secreto. Como Pablo VI, que también después de leerlo lo devolvió al Archivo del Santo Oficio sin querer publicar el contenido de dicho documento. Andando el tiempo la Santa Sede no pudo seguir eludiendo el asunto. Así que Juan Pablo II tuvo que dar luz verde a la publicación del secreto en el año 2000, encargando al entonces cardenal Joseph Ratzinger una glosa del texto[4]. Sus explicaciones, no obstante, no han convencido a casi nadie.
En fin, al margen de las especulaciones, parece indudable que el cielo se pronunció positivamente aquel año de 1917. Resumamos al máximo de nuevo los mensajes y perfilemos mejor el contexto.
MENSAJES PRINCIPALES
1.      La Virgen Santísima pidió en Fátima que se rezara continuamente el Rosario.
2.      Insistió en la necesidad de conversión y penitencia.
3.      Mostró la realidad del infierno a los pastores, donde van a parar las almas de los pecadores.
4.      Anunció todo esto para prevenir una guerra peor que la del 14, y para prevenir todo esto y preservar a muchas almas del infierno anunció que Dios quería establecer en el mundo una devoción a su Inmaculado Corazón.
5.      Por último, podemos decir que la Virgen insistía ardientemente en la Consagración de Rusia por parte del Santo Padre. De no suceder así, Rusia acabaría extendiendo sus errores por el mundo.
CONTEXTO
Las apariciones de Fátima suceden en la etapa final de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). En la conferencia de Versalles (1919) se firma la paz, y se abre el período llamado de entreguerras, que finaliza en 1939 con el inicio de la Segunda Guerra Mundial. La Virgen, como se ha visto, profetiza esta guerra, una guerra que condiciona a la conversión y penitencia del mundo y a la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón.
Precisamente en el año 1917 acontece un hecho crucial en Europa: la Revolución Rusa, que comienza en febrero y culmina en octubre, coincidiendo con la última aparición de la Virgen en ese año. Como es sabido, la Revolución Rusa supone el derrocamiento de los zares y el advenimiento del comunismo, una ideología totalitaria y anticristiana de corte materialista y nihilista.
Este es el marco del que la Virgen advierte al mundo, pues por lo visto habría de traer innumerables desgracias. Y en ese marco, y no en otro, se entienden sus mensajes y avisos.
Otra cuestión interesante es la fecha límite que la Virgen da a Lucía para que la parte del mensaje que hasta entonces no ha sido revelado se haga pública. La Virgen habla de 1960 (así queda recogido por ejemplo en el libro citado del Padre Santiago Lanús). Es decir, justo cuando acaba de ser anunciada la convocatoria de un nuevo concilio ecuménico por parte de Juan XXIII, el 25 de enero de 1959. Por tanto, si la fecha tope tenía relación con el CVII, ¿qué quería la Virgen que se supiera de éste? 
En fin, muchos ríos de tinta han corrido en estos 100 años acerca de las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima. Lo que ocurrió entonces guarda, indudablemente, una relación muy estrecha con el presente. Veremos por tanto en qué acaba la cosa, porque es muy evidente que el mundo ha entrado en una fase crítica, una fase en la que distintas visiones están chocando violentamente y tensionando el mundo. Es muy probable, así pues, que tal orden de cosas reviente pronto por algún sitio.


[1] Los hechos referidos pueden consultarse en Nuestra Señora de Fátima de William Thomas Walsh y en Madre de Dios y Madre nuestra de Santiago Lanús.
[2] Santiago Lanús. Madre de Dios y Madre nuestra (Ediciones San Román, Madrid, 2013), p. 46.
[3] Santiago Lanús, p. 57.

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